Descripción
LOS CUADROS DEL BUEN RETIRO EN EL PRADO
UNA HERENCIA EXTRAORDINARIA
EL PALACIO DEL BUEN RETIRO
«MÁS CUADROS QUE PAREDES»
Hacia 1630, el conde duque de Olivares comenzó la ampliación del Cuarto Real del monasterio de San Jerónimo del Prado. Era una vieja costumbre de los reyes hispanos disponer de un Cuarto para sus estancias en los monasterios puestos bajo su patrocinio. Alfonso VIII de Castilla lo tuvo en Las Huelgas de Burgos, Isabel y Fernando tuvieron en Guadalupe o Santo Tomás de Ávila, la reina Juana en Tordesillas y su hijo Carlos en Yuste.
En todos estos casos el concepto “cuarto” se refería a pequeños palacetes anexos a los monasterios, pero el del Conde Duque llegará a ser un verdadero palacio.
Acababa de nacer el príncipe Baltasar Carlos y todo tenía que estar listo para su jura como heredero, así que la prisa fue consustancial al proyecto desde el primer momento. Las obras se acabaron para la jura en 1632, pero terminarían por prolongarse hasta 1643. Creció la idea de disponer de un lugar de recreo regio sin tener que salir de la Corte, y tener al rey entretenido era una de las labores del ministro.
Ante la falta de un proyecto inicial, se fueron añadiendo al conjunto una amalgama de galerías, patios y salones oficiales que adoptaron la forma de un clásico cuadrilátero entre cuatro torres con chapiteles.
Finalmente se añadió el Real Coliseo, el salón de baile, un picadero, una casa de fieras y otro buen número de anexos que alejaban aquello de la idea del “desierto jerónimo” y lo acercaban a una inmensa tramoya festiva. Tramoya además porque los materiales empleados eran baratos, lo que aligeró la carga del bolsillo del Conde Duque y permitió su rápida construcción.
Tras el complejo palacial se fue urbanizando el gran parque. El Estanque Grande y la Ría servían de escenario de navegaciones privadas, o de naumaquias y representaciones teatrales. Las ermitas que lo poblaron formaban parte de un periplo galante de jardines secretos, pajareras, estanques de pesca, fuentes, paseos cubiertos, juegos de agua y otras amenidades propias de una corte barroca.
El interior, sin demasiadas pretensiones arquitectónicas, se cubrió con una extensa colección pictórica. Tan prodigioso fue el palacio en pinturas que cuando el francés Jean Muret lo visitó en 1667 dijo que “vimos más cuadros que paredes”. Buena parte de aquellas. obras, las mejores, hoy cuelgan de las paredes del Museo del Prado.
Sobre el palacio del Buen Retiro y el Salón de Reinos, les recomendamos ver los documentales que realizamos en 2020, en nuestro canal de ⇒ Youtube.
Haga clic AQUÍ para el Buen Retiro y AQUÍ para el Salón de Reinos
DEL BUEN RETIRO AL PRADO
UNA HERENCIA EXTRAORDINARIA
En 1819, Fernando VII inauguraba el Real Museo de pinturas de El Prado. Aquella institución crecería e incorporaría miles de pinturas hasta convertirse en el actual Museo Nacional, una de las más importantes pinacotecas del mundo.
Entre aquellos fondos fue llegando la extraordinaria herencia pictórica del viejo palacio del Buen Retiro, que incluye algunas de las obras más conocidas de la colección del Museo.
Conocer la procedencia de las obras que conservan los Museos puede ser un dato más o puede aportarnos una valiosa información para comprenderlas mejor. Este último es el caso de las procedentes del Buen Retiro, y esta es la razón de nuestra propuesta.
La decoración pictórica del Buen Retiro fue tan heterogénea como orgánica fue la construcción del palacio. Pero nació con cierto sentido de museo, de exponer la pintura contemporánea de su siglo realizada por flamencos, italianos, franceses y españoles, principalmente.
Ante la prohibición de sacar obras de otras casas reales, el Conde Duque se lanzó al encargo, la compra y la requisa de piezas, alcanzando las 800 pinturas. Las prisas acumularon muchas obras que, sencillamente, estaban disponibles.
Pero otras fueron encargadas para crear verdaderos programas decorativos, con un sentido no unidad y, además, representativo de. las distintas propuestas pictóricas modernas en las que se movía el ámbito del gusto y del coleccionismo de un monarca tan conocedor de esta disciplina como fue Felipe IV.
En la decoración del aula regia del conjunto, el Salón de Reinos, Velázquez implicó a los artistas españoles de dos generaciones, la anterior y la propia. Aquella sala de batallas, dedicada a exaltar a la monarquía, a través de su fundador (Hércules) y del rey Felipe y su heredero (Baltasar Carlos), recibió obras de Vicente Carducho, Eugenio Cajés, Félix Castelo, Maino, Zurbarán, Antonio de Pereda, Jusepe Leonardo y el propio Velázquez. De hecho, El Retiro fue el primer “museo” velazqueño, pues reunió la mayor colección de obras del sevillano en ese momento.
El Cardenal Infante don Fernando, el hermano del rey, enviaba desde Flandes obras de Rubens y Snyders, entre otros.
Para decorar las largas galerías del palacio se encargaron dos series. A Roma, dos series de paisajes con escenas pastoriles y de anacoretas en las que participaron Claudio de Lorena, Nicolas Poussin, Jan Both, Gaspard Dughet, Jean Lemaire y Jacques d’Arthois. A Nápoles, una serie sobre hechos de la antigüedad romana encargada a artistas de la talla de Lanfranco, Domenichino, Aniello Falcone y Artemisa Gentileschi.
En pocos años aquel palacio acumuló uno de los conjuntos más ricos y variados de la pintura europea de su tiempo. Hoy, esa herencia, está en el Museo del Prado.
VISITAS EDUCATIVAS AL MUSEO DEL PRADO
En Vademente entendemos que la docencia se ejerce también más allá del aula, por lo que nuestras visitas educativas son parte esencial de nuestras propuestas.
¿Cuántos museos hay en Madrid? ¿cuántos conoce? Lo más importante, en realidad, es saber ¿cuánto hemos aprendido visitándolos?.
Para Vademente, un museo es, ante todo, un espacio de enseñanza, de estudio y de conocimiento. Los museos son los herederos del “Museion” de Alejandría, la casa de las Musas a donde se iba a aprender artes y ciencias.
Por ello, diseñamos nuestras propuestas considerando que cada museo es un aula. Que cada clase en sus salas es una posibilidad de aprender en contacto directo con aquello que nos interesa.
El Museo del Prado es una de las pinacotecas más importantes del mundo. Quienes realizamos nuestra labor docente en Madrid tenemos el privilegio de poder explicarlo poco a poco, por partes.
Esto nos permite proponer recorridos transversales, por temas, por escuelas, por maestros, por épocas; y, además, hacerlo en grupos pequeños para facilitar el trabajo de análisis, observación e intercambio entre participantes y profesor.
Esta es nuestra propuesta: extraer del Museo todos los contenidos posibles. Hacerlo con calma, por partes, en grupos pequeños, priorizando la calidad y el aprendizaje.
Limitando el número de participantes a 7, más el profesor responsable, favorecemos que la actividad sea más cómoda y más personalizada. Pretendemos facilitar, además, la participación, el análisis colectivo, la observación detenida y el intercambio, actividades propias del trabajo docente que en una visita multitudinaria no tienen cabida.
También evitamos el límite de tiempo concedido a los grupos, siempre compuestos por nueve o más personas. De este modo, podemos ampliar nuestra visita hasta dos horas para realizarla con calma y sin presión.
Al no conformar un grupo también podemos dar libertad a cada participante respecto a la forma de ingreso. Muchas personas tienen descuentos, por distintas circunstancias, o incluso gratuidad, que entrando como grupo no son computables.
Por ello, en estas visitas para grupos reducidos, no incluimos la entrada y cada participante puede acceder como más conveniente sea en su caso.
Hemos convocado una serie de visitas repetidas sobre un mismo contenido, pero en caso de que la demanda de una actividad fuera alta, organizaremos más visitas en otra fecha. Para ello generaremos una lista de espera en la que el turno será el del momento de recepción de la inscripción.
Nuestro punto de reunión será, consecuentemente, dentro del Museo. En concreto en la Sala de Las Musas, un espacio renovado hace unos años para funcionar como gran punto de reunión y vestíbulo del Museo.
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